lunes, 28 de noviembre de 2011

La traición de la bicicleta

El miedo es el peor enemigo dicen pero ¿que pasa cuando el miedo y la torpeza se juntan? Sería una combinación fatal. Bueno eso es lo que me paso.
De chica siempre fui un desastre (y lo sigo siendo) para los deportes. Terminaba herida o con un ataque de asma. Si tengo que contar anécdotas en los juegos de la plaza, no termino más. 
Hace unos días fui andar en bicicleta, con cuidado porque era nueva y los frenos no estaban todavía blandos. Por suerte se copo Fede y aprovechamos la tarde pedaleando. No me gusta que la persona que me acompaña en el paseo quiera todo el tiempo competir para ver quien llega más rápido, ya que mi espíritu competitivo es nulo. Eso explica muchas cosas. O peor aun, que se vaya lejos de mí para anular cualquier tipo de charla bicicletera posible. A vos te digo, a la persona que la próxima vez quiera salir conmigo a dar vueltas, si queres salir solo no me acompañes, ¿ok?. 
Estaba muy plácidamente pedaleando hasta que encontramos una calle empedrada y en bajada. Pero no cualquier bajada, era una pendiente pronunciada de esas que te llevan directo al infierno mismo, a saludar a Lucifer un rato. 
Frenamos ahí, justo donde comenzaba. Fede dijo "dale, dale no pasa nada" y se mandó. Yo me sentí toreada (como cuando a Marty McFly le dicen gallina) y lo seguí. Error fatal. Descendí abruptamente, ya no tenía control de la velocidad ni de la fuerza con la cual me deslizaba por esa calle. Intente desesperadamente frenar al menos un poco pero era muy tarde. Allá bien lejos estaba Fede, solo visualizaba su espalda. Mientras seguía cayendo con bicicleta incluida, entonces quise me dije "o me atropella un auto al final de la calle o me tiro a la vereda y me agarro de ese murito rectangular para frenar mi cuerpo" todo eso lo pensé en milésimas de segundos. Me sentía como una especie de Indiana Jones del bajo de Florida, versión sudaca por supuesto. Para tomar impulso me anime trayendo a mi cabeza la canción de esa película, y ahí fui. Me tiré sujetándome al pequeño muro blanco, junto con la bicicleta traicionera. Las heridas empezaron a sangrar y los raspones ardieron. Mi cuerpo colorado más que nunca con ganas de agarrarme a trompadas con quién me dijo "no pasa nada". ¡Si pasa! ves que pasa. Regresó a mí el susodicho, mientras yo con una voz calma le decía prácticamente "raja de acá, ni me hables". Volví rengueando a mi casa, no llegué ni al río ni al infierno, pero me llevé varias lastimaduras de recuerdo.  



2 comentarios:

  1. jajajaja wenisimo me lo imagine i me cague de risa!

    ResponderEliminar
  2. Muy bien contado.

    Pero así se aprende a andar en bici. Así se aprende a vivir, cayéndose y levantándose. Te lo dice alguien que en su momento anduvo aprendiendo a dominar los caminos montañosos en su bicicleta, he llegado a caerme encima de cactus y tener que sacarme espinas una por una.... Caerse duele al cuerpo, no intentarlo duele al orgullo que es peor.

    Para la próxima, bajar aprentando desde el principio el freno trasero regulando apretar/soltar.

    Beso

    ResponderEliminar