martes, 11 de octubre de 2011

Un tropezón no es caída

Cuando sucede algo inesperado: o te molesta o te contenta. A mi me pasaron las dos cosas juntas. Hoy, camino a una entrevista laboral, antes de entrar pise un pozo con agua estancada. Obviamente fue sin querer. No sólo lo pise si no que mi torpeza fue más allá, y se aseguró de hundirse lo suficiente como para poder alcanzar esa profundidad viscosa. Ese es mi estilo, cuando meto la pata me aseguro que esté bien metida.
Para cuando me percaté ya tenía toda la bota dentro del ínfimo pantano de la Avenida Cabildo, y lo sentí solamente porque una parte de mi cuerpo estaba mojándose de a poco. Lo que hace agravar mi estupidez.
Ahí estaba todo, siendo consecuencia de la distracción constante que me caracteriza. Ahí estábamos todos: el zapato empapado, yo y la dicha entrevista.
No era una recomendable solución optar por la incertidumbre ni la desesperación, pero también estuvieron ahí. Aun que supe frenarlas, no era momento para lamentos. Tenía que localizarme en encontrar una alternativa.
De pronto una alevosa carcajada estalló de mí. No podía contenerme, e irónicamente no comprendía porque estaba riéndome así. De a poco a mi cabeza, llegaron imágenes difusas que lentamente se convirtieron en una especie de álbum fotográfico. Una proyección secuencial de los momentos anecdóticos de mis clásicas caídas. Como si fuera un documental del canal E! no todas eran de mi infancia, aun que la mayoría sí. Fue por eso que reí tanto.
La gente común y corriente, cuando ve una situación así (a menos que tenga en la mano un celular que justifique socialmente mi risa) piensa que estoy loca. Eso no importa porque en este caso, para mi solo interesa la primera impresión que yo le cause a la flaca de recursos humanos.
Entonces luego del descargo bien merecido, procedí valientemente a la oficina. Intentando silenciar el sonido del agua chocando y crujiendo contra la planta de mi pie izquierdo, y con una sonrisa bien grande.




domingo, 9 de octubre de 2011

La farsa positivista

Es fácil ser positivo cuando tenes todo lo que queres tener. Todos nos esforzamos por llegar aun que sea a una mínima meta diaria: lograr caminar esas 30 cuadras, tomar 2 litros de agua etc. No hay nada que nos cause mas placer que sentirnos satisfechos por lograr llegar a esa meta que nos propusimos. Para alcanzar la superación debemos, no solamente comprometernos sino también, tener constancia y no caer en la resignación pero ¿qué pasa cuando esa meta no depende solo de nuestro propio esfuerzo? 
No creo ser la única persona que cae en una etapa negativa. Hay numerosos libros de auto ayuda que permiten tener un pensamiento positivo y esperanzador, acerca de la vida humana pero no puede ser que en este mundo hayan solo personas que quieran sentirse bien. Del dolor también surgen cosas muy buenas, de eso saben los artistas. Sin embargo nadie le hace una oda al dolor, ni siquiera a los malos días. ¡Me rehúso a ir hacia la esperanza sin pasar antes por la desesperación y la angustia! no saltearé esos oscuros momentos donde nos revolvemos en nuestra mas profunda e intima miseria. 
La gente que prefiere no pasar por esto, generalmente opta por no pensar al respecto o evade el tema en cuestión. Como si eso los liberara de esa disconformidad interna. Si no hay solución no hay que desequilibrarse pero si uno cree que hay y en realidad no, ¿como saberlo? La respuesta solo se obtiene a través del fracaso y la persona que evade no crece. 
No se a donde me dirijo con todo esto, tal ves sea un propio aliento hacia mi. En realidad me senté a expresar mi disconformidad con el falso positivismo. Nadie piensa todo el tiempo cosas buenas, somos seres humanos. Somos odiosos. Detestamos trabajar pero debemos hacerlo, no queremos charlar con cierta gente pero por alguna razón, también debemos hacerlo. No seamos hipócritas, tenemos derecho a sentir que aunque hayan personas que estén en una situación peor que la nuestra, ese no es consuelo. Nuestra vida apesta y no parece tener dirección alguna. 
Hay gente que alienta y apoya, hoy no es mi caso. 
Por eso me siento así. Lo acepto y lo expongo. Esta es la causa de mi mal humor, y de mi intolerancia a la gente que se acerca a compadecerse. No me hace falta, se lo que soy. Pero aun así no puedo evitar sentirme mal por fracasar y me lleva a plantearme cosas que no puedo responder. Mientras tanto, sonrío solo por el hecho de saber que aun tengo cosas por decir, y que alguien puede sentirse identificado y menos solo.